Era un día gris, tan gris que casi no dejaba ver el sol. Caminaba por una calle ancha envuelta en la más total oscuridad. El viento era frío, tan gélido, que la blusa que llevaba se desabrochaba a cada envite del viento. Tenía que salir de allí lo antes posible pero, ¿hacia dónde ir?, ¿dónde guarecerse del terrible frío?
Crucé la calle por el paso de peatones sorteando a la gente que me envestía y me paré frente a un portal con el número 5Bc inscrito en el cristal. Me quedé mirando por un largo rato la grafía. Me era extrañamente familiar, casi como si ya hubiera estado en ese lugar en otra ocasión, aunque no lo recordaba, ya que había perdido la memoria y ahora estaba viviendo una vida prestada, pero... quel portal...
Repentinamente caí de bruces sobre la húmeda acera pero, asombrosamente, no estaba sola, sino que unos brazos rodeaban mi cintura.
Volví la cabeza hacia atrás, sustada, y mi corazón dio un vuelco. Si hubiera creído en los ángeles, hubiera dicho que el apuesto hombre que me sujetaba, lo era, aunque no tenía alas, ni nada por el estilo, pero sus facciones bien definidas, su pelo corto y rizado, sus penetrantes ojos negros... hacían que mi corazón se acelerase y mi alma se estremeciese.
El hombre me puso en pie con cuidado y se aferró a mi cuerpo con fuerza. Yo sabía lo que él estaba sintiendo, porque era lo mismo que estaba sintiendo yo pero, aún así, me deshice de su lazo y me alejé de él.
Pero él no se dio por vencido, sino que me tomó en brazos con brusquedad y me llevó al interior del edificio, desoyendo mis gritos, súplicas y demás.
Y no paró de besarme durante todo el tiempo que estuvimos parados en el salón de su casa y tampoco me dejó marchar cuando decidió llevarme a rastras hacia su dormitorio y, a la mañana siguiente, me habló:
-No volveré a dejarte escapar.
-¿caso me conoces?
-Soy tu marido
Y, de este modo, recuperé la vida que me pertenecía gracias a un encuentro fortuito con el destino...
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